miércoles, 11 de febrero de 2009

Trouble

Paso la tarde viendo llover y escuchando a Coldplay. Las luces de las torres de la fábrica al otro lado de la carretera parpadean contra los nubarrones de febrero y los más de tres millones de parados. Camino de los cuatro. Sostengo en las manos una escopeta de juguete. Dispara dardos de goma. Se la regalé a Floriane la última vez que estuvo aquí. Un acto pedagógicamente reprobable, soy consciente. Alcanzo uno de los dardos. Basta humedecer ligeramente la ventosa situada en la punta para que se adhiera con facilidad a según qué superficies. Con la pantalla del televisor no hay problema; lo mismo sucede con la puerta corredera de cristal que da a la terraza. Ahora, sin embargo, apunto al vecino de enfrente. No puedo dejar de sentirme conmovido al saberlo tan indefenso. Aún así, aprieto el gatillo. Pienso que, de quedarme en el paro, podría dedicarme a esto. Últimamente tengo al francotirador que habita dentro de mí muy a flor de piel. Los datos del paro y las declaraciones de Javier Lozano Barragán a raíz del “caso Eluana” no hacen que las cosas sean más fáciles. Tampoco más difíciles. En realidad no es más que una excusa para justificar esta agresividad. Diremos que es innata. Una buena respuesta cuando no se tiene respuesta.

Tiempo atrás se me consideraba un caza-recompensas. Se trata de una historia confusa que nunca llegué a aclarar. Como en una novela de Auster, todo empezó con una llamada. El tipo en cuestión dijo ser periodista. Era nuevo en el cargo. En el cajón de su mesa había encontrado una lista con nombres. En la parte superior del folio, escrito a mano, podía leerse: CAZA-RECOMPENSAS. Mi nombre estaba entre ellos. Por eso me llamó, para preguntar si podía aclararle de qué iba el asunto. Le pedí que me leyera los otros nombres de la lista. Ninguno me sonaba. ¿A qué se dedica usted?, quiso saber el periodista. Trabajo en un banco, respondí. Esto no nos lleva a nada. ¿No se le ocurre otra cosa? Pensé en los premios de poesía que hasta la fecha había ganado. Pensé en el canibalismo que envuelve el mundo de la literatura. Pensé que todo aquello empezaba a aburrirme. Creo que no, le dije. Lo siento, tengo que colgar. Ahí terminó mi vida como caza-recompensas. Decir que después de aquello todo fue a peor sería exagerar las cosas, pero no mucho. Hace bastante de aquello. Sigo siendo tan culpable como cualquier hijo de vecino. Puede que un poco más.

Vuelvo al presente. El vecino de enfrente se ha puesto a salvo. Como si fuera posible. De todos modos, ya no lo encañonaba con mi escopeta. Ahora suena Trouble, de Coldplay. Me invade la sensación de tener un problema muy gordo y no saber qué hacer con él. Como el gobierno. En fin, que cada uno apechugue con lo suyo. Parece que lloverá toda la noche.