martes, 15 de enero de 2013

Tres poemas de César Simón


  
UNA NOCHE

Una noche, hace tiempo, caminábamos.
De pronto, enardecidos,
pero conscientes
-nunca el amor enturbia la consciencia-,
nos metimos ahí, para besarnos,
al almacén oscuro.
Hicimos el amor en el más puro fuego,
junto al peligro
-la puerta estaba rota,
por la acera pasaban transeúntes…-.
La vida breve y el amor en vilo.
¿Cómo saber si en tales ocasiones
el amor nos preserva
o nos destruye?
Ahora tras el rictus con que apenas
señalo la presencia de esa puerta,
mi consideración me lleva lejos.
Y en la lluvia camino.



DE TARDE EN TARDE

A veces, de tarde en tarde,
paso por aquella playa.
Y nada pediría, si se me ofreciese;
que todo regresara, por ejemplo.
Disimulo quién soy, si me siento a una mesa
y acude el camarero
que nos atendía.
Es como si dijera: yo no he sido
nadie,
yo no he tenido
nada.
Y sin rencor lo digo,
con impreciso gesto, con oscuro
semblante.
Pues esta sensación es verdadera:
no hay que sacar de nada conclusiones.
Y menos que de nada de aquellos días muertos
que no deben, por respeto, ni mencionarse.



DESPEDIDA

He venido, ya lo comprendes bien, sólo por una tarde;
he venido a decirte que todo da lo mismo.
Vivir es finalmente un duro encuentro
en un lugar vacío.
Te contemplo. Estás muda, ahí arriba;
arriba, bajo el techo,
junto a la viga.
En esta habitación de los días remotos
te apareces,
en esa mancha en la pared,
alegre o triste, ya no importa mucho,
puesto que nada habremos de decirnos.
¿Te quise? Qué pregunta.
Y es que lo vano del presente,
su ingravidez,
la dispersión de tantos días
todo lo pone en duda: tú, yo mismo.
¿Y te guardo rencor?
Obvio es que no, con tales presupuestos.
La verdad es la suma
de un tiempo ya vencido.
A esa mancha, debajo de la viga,
no le guardo rencor, tampoco.
Ya digo, es más complejo
-y es peor, todavía-.
Así pues, te contemplo, simplemente.
Estás ahí, sentada,
en ningún tiempo ya,
duende de mi extravío.
Y, si quisiera hablarte,
peor sería.
La palabra levanta mucho polvo.
En esta transparencia
donde el mundo se aclara,
no es que me encuentre bien,
pero respondo a propia lejanía.
He seguido viviendo.
Ya sabes: duro lecho.
Aquí todo empezó y concluye todo.
Adiós. Al menos, es verdad
que estás ahí, callada,
como todas las cosas,
como si nunca hubieran existido.

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Estos tres poemas pertenecen a Extravío (1991) y conforman la penúltima parte del libro titulada “Con oscuro semblante”. No son, desde luego, los más representativos del estilo del autor, que cultivó lo que podría llamarse una poesía metafísica. .

Así se veía César Simón como poeta (copio del libro Cómo tratar y maltratar a los poetas, de José Luis García Martín):

“De Cernura y de mi generación me separa mi desinterés por la perspectiva ética. Para mí, como poeta, las valoraciones éticas carecen de sentido. Las actitudes éticas proceden del que se expresa desde un sistema; yo me he expresado siempre desde fuera. ¿Cómo? Como si todavía no hubiera sido presentado en sociedad. He sido, y creo que soy, un poeta de aledaños, de senderos y espacios vacíos. Merodeo por los pueblos sin entrar en ellos. El ágora no se ha hecho para mí. Encuentro que mi tema recurrente es el enfrentamiento con el mundo, con el hecho de existir, como una tarea previa y abrumadora que todavía no me he quitado de las manos”.

En párrafos anteriores, el crítico y poeta García Martín escribe:

“La riqueza de una literatura se mide no sólo por sus grandes nombres, por los escritores de máxima audiencia, por las figuras de primera fila. Junto al universo lírico de Juan Ramón Jiménez tiene un sitio el pequeño planeta de Fernando Fortún, la luminosidad de Ungaretti no oscurece por completo el más limitado fragmentarismo de Sandro Penna, el genio de Pessoa no hace desdeñable la obra menor, pero no menos genial, de su amigo Mário de Sá-Carneiro.
En la generación del cincuenta, al lado de los poetas más conocidos y citados –los Ángel González, Gil de Biedma, Valente–, hay otros que, por la índole misma de su obra, nunca podrán tener idéntica difusión. Se trata de autores como Ricardo Defarges o César Simón, de obra breve y marginal, no por razones de sociología literaria ­–desatención de lectores y editores–, sino por otras más profundas que tienen que ver con su concepción del mundo”.