Siempre
me he sentido atraído por las primeras novelas de autores consagrados, esos
autores que llegan a nosotros con el prestigio que da la resistencia al paso
del tiempo, el aplauso de la crítica o el abultado número de sus lectores.
Hablo de su propuesta antes de convertirse en monstruos inabordables, seres
cuyo hábitat natural es el mito y no la farragosa realidad hecha de envío de
manuscritos y colección de negativas. Esto explica que ande leyendo Escucha la canción del viento y Pinball 1973, de Haruki Murakami. Me
encontraba en el aeropuerto de Mahón. Venía de presentar el libro de un amigo.
El vuelo de regreso sufrió un retraso de algo más de una hora. No tenía qué
leer. En aquellos momentos, Barça y Madrid se enfrentaban, pero no había tele a
la que aferrase. Me acerqué hasta el Relay
que milagrosamente permanecía abierto. Su oferta literaria dejaba mucho que
desear. Baste decir que estuve a punto de concederle una oportunidad a Coelho.
Entonces, me topé con el libro del japonés. Lo saqué del expositor y leí la
contra. La decisión estaba tomada.
Todavía recuerdo la impresión que me causó
la primera novela de Juan Carlos Onetti, El
pozo. Es cierto que se trata de un librito aún lejos de las cumbres que el
uruguayo alcanzó posteriormente: La vida
breve, Los adioses, El astillero y Juntacadáveres. Sin embargo, en sus pocas páginas ya se encuentra
el germen de lo que haría tan grande a Onetti. Tiene algo de esbozo, de
tentativa. Ahí reside su flaqueza, sí, pero también su arrebatador encanto. Tal
vez por esto, Vargas Llosa declarara que se trata de la primera novela moderna
latinoamericana.
Otra primera novela que me causó impresión
fue La invención de la soledad, de
Paul Auster. Por aquel entonces (estoy hablando de bastante años atrás), del
autor norteamericano ya había leído La
trilogía de Nueva York, Leviatán
y La música del azar. Pero de la mano
de aquella primera propuesta de Auster me adentré en la llamada autoficción, de
la que tan difícil me ha sido alejarme después.
Podría ahora mencionar Consejos de un discípulo de Morrison a un
fanático de Joyce, pero empiezo a estar cansado. Además, hablar de Bolaño
(con permiso de A.G. Porta) se ha vuelto peligroso.
[Añadido innecesario: Del lado contrario,
tenemos esas irrupciones estelares, cegadoras, como la de Goethe, el sueño de
todo escritor. Hablo, por supuesto, de Las
penas del joven Werther (1774), debut literario de Johann Wolfgang von
Goethe. Publicar una primera obra que te catapulte a los alteres de la
literatura, creadora de tendencia, generadora de polémica, responsable de una
ola de suicidios… o asesinatos. O como la de Salinger, claro está. (¿Mencionar
en este punto a nuestro José Ángel Mañas?). Bueno, esto era antes. Ahora carece
de sentido hablar en estos términos. La literatura ya no despierta este tipo de
pasiones. Estas aspiraciones pertenecen a los talentos de la informática y a
los futbolistas, tal vez a los actores y a los intérpretes de música pop].
Vuelvo a Murakami. ¿Que qué me parece?
Sigue siendo válido lo que apunté con respecto a El pozo, de Onetti. Sus debilidades coinciden con su atractivo.
Ambas novelas breves (Escucha la canción
del viento y Pinball 1973) distan
mucho de ser obras redondas, pero en ese desorden o indefinición reside buena
parte de su encanto. Tal vez sea oportuno hablar de novelas en grado de
tentativa realizadas por un aspirante a novelista que anda explorando sin tener
muy claro a dónde quiere llegar. En fin, una lectura ideal para matar el tiempo
de espera en un aeropuerto semivacío, mientras Madrid y Barça se disputan algo más que tres puntos.