13/01/17
Leo la sección “Libros más vendidos” de un
conocido suplemento cultural. Me centro en la lista que aparece bajo el
epígrafe “ficción”. Carlos Ruiz Zafón, Dolores Redondo e Ildefonso Falcones
ocupan los tres primeros puestos. No me sorprendo, tampoco me indigno
(¿debería?). Eso sí, hubiese preferido leer los nombres de Ricardo Piglia, Eric
Chevillard o Vicente Valero (por poner tres ejemplos un poco al azar). Queda
claro que hablar de ventas y hablar de calidad (o profundidad, o complejidad,
etc.) nunca ha sido lo mismo, en ninguna disciplina consolidada (pueden
coincidir o no, y muchas veces no lo hacen). Nos movemos en el terreno de lo
obvio, de lo ya superado, al menos en lo tocante a narrativa (por no
extendernos mucho más allá). Entonces, ¿qué pasa con la poesía? Sencillo, que se
revuelve ante una nueva realidad para muchos incómoda, triste o desasosegante.
Pero tranquilos, volverá la calma, al fin y al cabo, no se trata de un “intrusismo”
devastador. Nadie ha “robado” lectores a nadie, ni siquiera ventas. Podría
escribirse que el mundo de la poesía en España ha dejado su inmaculado reducto
celeste (donde las polémicas hablaban de concursos literarios y bandos
fratricidas) para entrar de lleno en el sucio mundo del mercado, con sus
contradicciones y comparaciones odiosas.
Lo realmente interesante para los que
rondamos ese mundo es batirnos en duelo con nosotros mismo para ser capaces de
escribir algo que no nos avergüence del todo unos días después.
16/01/17
Leo en El
Mundo, en un artículo de Darío Prieto dedicado al compositor Philip Glass
con motivo de la inminente aparición en España de sus memorias, Palabras sin música: “Glass es uno de
los pocos ejemplos de autores que han podido sacar a la música culta de su ataúd para acercarla al
público de las músicas populares”.
El mismo artículo recoge el consejo que
Ornette Coleman dio a Philip Glass: “Philip, no olvides que el mundo de la
música y el negocio musical no son la misma cosa”. ¿No conecta de algún modo
con lo que escribí el viernes?
¿Tendremos que volver a hablar de poesía
culta y poesía popular? ¿Es necesario recordar que el mundo de la literatura y
el negocio literario no son la misma cosa?
(No se me escapa que dentro de lo popular
existen infinidad de gradaciones).
(Segunda acotación: no se trata de
contraponer lo culto a lo popular, hoy en día carece de sentido –debate muy
viejo, quiero creer que superado. Por otra parte, en muchos aspectos me siento
más cercano a esa cosa llamada cultura popular que a esa otra cosa denominada
alta cultura. Ambas cumplen su función y son necesarias).
Cuando empecé a escribir poesía más o
menos en serio, ya existía esta diferencia, quiero decir: entre los lectores
“serios” (constantes, críticos, vocacionales) de poesía no se consideraba lo
mismo leer a Mario Benedetti que leer a José Ángel Valente. La diferencia
estriba en que aquellos lectores de Benedetti podían/podíamos (y muchas veces lo hacían/lo hicimos) dar el
salto al otro lado (de ida y vuelta o definitivo). Hoy, esto es más difícil que
se produzca, ya que muchos de estos nuevos lectores de “poesía” no llegan a
ella por amor a la propia poesía, tras un proceso de indagación motivado por
una querencia que ya estaba allí, en su interior, sino por caminos laterales,
coyunturales, caminos que no les dotan (porque tampoco las buscan) de las
herramientas precisas para asentarse en ese nuevo mundo, por lo que su paso por
él ha de ser a la fuerza temporal.
¿Dónde está el drama? ¿Cuál es el
problema? No termino de verlo.